martes, 19 de octubre de 2010

Mineros Chile se prepararon para morir, temían agonía -

COPIAPO (Reuters) - Los 33 mineros rescatados en Chile se prepararon para morir debilitados 700 metros bajo tierra luego de un brutal accidente, dijo uno de los operarios, quien confesó que temieron una lenta agonía causada por el hambre.


El minero Yonni Barrios, de 50 años, señaló en una entrevista con Reuters que no pudo experimentar ninguna alegría después de que un derrumbe el 5 de agosto los dejó sepultados en una mina en el desierto de Atacama.

Sólo recobró la felicidad cuando pisó tierra el miércoles, tras un complejo operativo que fue observado por el mundo entero e izó a los 33 operarios a la superficie.

"Nos cuestionábamos siempre por qué nosotros no nos hubiéramos muerto, por qué quedamos vivos, nos resultaba cruel que quedáramos vivos ahí abajo y después tuviéramos que morirnos debilitados, totalmente desnutridos", señaló Barrios el lunes por la noche.

El mundo se conmovió al saber que 17 días después de la tragedia los mineros no sólo habían sobrevivido racionando el poco alimento que tenían y bebiendo agua contaminada, sino que conservaron el ánimo pese a no tener certeza de que serían rescatados.

Sin embargo, Barrios confesó que esos días estuvieron llenos de angustia.

"Se perdió la esperanza, los últimos días cuando llegó la sonda ahí (...) todos ya estaban esperando morir", agregó el operario, quien indicó que pese a esa resignación ninguno intentó suicidarse.

Barrios, quien aún usa los sofisticados lentes de sol que recibieron los 33 para soportar la claridad solar en la superficie, dice que la luz del sol le lastima como una "aguja" pero necesita de ella para fortalecer su piel, sometida a más de dos meses de una oscuridad donde no hubo felicidad.

"No hubo momentos alegres", señaló el hombre de baja estatura y pelo canoso que desde los 17 años trabaja como minero, una profesión que heredó de su padre.

"El único momento de alegría era llegar arriba, poner un pie en la superficie y ya estaba salvado", señaló Barrios, quien recuerda con "mucha emoción" el momento cuando abrazó a su pareja Susana al salir de la cápsula que lo sacó de la mina.

EVITAR EL "CONTACTO FISICO"

Carteles en cartulina que rezan "no te rindas Yonito", "este minero es mío y es el más valiente" o "tu no te mueres porque yo no quiero" indican cuál es la vivienda de Barrios en un barrio de pequeñas casas y calles de tierra.

Dentro de la construcción de bloques de cemento y techos de chapa, donde el minero vive con su mujer y uno de los hijos de ella, la familia espera en la mesa a Barrios, quien durante los más de dos meses bajo tierra actuó como enfermero del grupo.

Mientras ellos aguardan, el minero cuenta que en el período que estuvieron encerrados hubo discusiones dentro del grupo pero nunca se llegó a los golpes.

"Discusiones hubieron como es normal, contacto físico entre dos personas no (...) eso estaba totalmente prohibido", indicó el hombre, sentado en un sillón de cuero amarillo.

Barrios explicó que evitar esa instancia fue una de las mayores prioridades de las dos o tres reuniones que realizaban por día, ya que los golpes podrían haber alterado completamente la convivencia en el encierro.

"En el momento que nos reuníamos se hablaba de las discusiones y la persona que estaba equivocada tenía que pedirle perdón a la otra", apuntó, indicando que las diferencias eran acerca de los plazos para los sondajes o el rescate.

El minero, quien fue conocido por su vida amorosa al ser disputado por su primera mujer y su actual pareja, sonríe cuando se le menciona uno de los mensajes escritos en la pared de su casa.

En el cartel dice "que rico que ya viene mi tarzán", un apodo que se originó en una carta que él le envió a su compañera Susana, con quien convive desde hace una década, desde las profundidades de la tierra.

"Le escribí ahí que tenía que conversar con Tarzán y no con los monos. Entonces, como yo le solucioné ese problema, después ella me decía Tarzán", recordó Barrios.

(Por Juana Casas, con reporte de Simon Gardner y Terry Wade; editado por Hernán García) 

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